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lunes, 15 de octubre de 2007

15/10/2007 Action Day Blog



Demasiadas veces hemos creído que el mar se lo puede llevar todo, que puede esconderlo todo bajo la inmensa alfombra de sus aguas. Pero esta es una misión que el hombre exige y que el mar no puede cumplir. Hidrocarburos, metales pesados, aguas fecales, productos químicos, materiales radioactivos, terminan sus días en un lugar común. El mar dispersa, diluye y degrada, pero su capacidad tiene un límite.
La misma evidencia de los abusos ha provocado que la necesidad de conservarlo encontrara un sitio en la conciencia colectiva; incluso en las agendas de muchas administraciones. Aún así, la presión de las actividades humanas en el continente y los accidentes evitables en el mar debilitan toda actuación positiva.
De seguir así, la salud del mar corre el riesgo de quedar dañada para siempre


La realidad se empeña en repetir que evitar la contaminación marítima es como luchar contra viento y marea. Buena parte de esta contaminación proviene de tierra, y reducirla pasaría por aumentar el control sobre los vertidos urbanos, industriales y agrícolas. En cuanto a las actividades en el mar, la navegación es sin duda la más peligrosa. La Organización Marítima Internacional, organismo responsable de la seguridad marítima a nivel mundial, introdujo medidas activas, especialmente después del accidente del “Torrey Canyon” para evitar nuevos desastres protagonizados por barcos mercantes. Allí nació el Convenio MARPOL 73/78 que establece las regulaciones para evitar la contaminación accidental y controlar las descargas autorizadas. Sin embargo, continúa habiendo países que desoyen estos tratados y que favorecen la existencia de barcos con banderas de conveniencia que eluden la normativa.
Los convenios internacionales y leyes nacionales en materia de medio ambiente y contaminación deben regirse bajo el denominado principio de precaución, pero este principio laxo se moldea demasiado a menudo después de una gran catástrofe. El desastre ocasionado por el vertido del “Exxon Valdez” en Alaska por ejemplo, motivó el endurecimiento de la legislación en EE.UU. Así, los barcos menos fiables son expulsados de los puertos estadounidenses desde donde se dirigen a Europa, con una legislación menos estricta. Aquí, el naufragio del petrolero “Erika” en costas francesas en diciembre de 1999 también motivó la adopción de un paquete de medidas, el denominado Erika I, encaminado a aumentar la seguridad en el transporte marítimo. Aún así, un segundo paquete más estricto, el Erika II, que hubiera podido evitar el desastre del “Prestige”, sigue siendo motivo de discusión entre los países de la Unión. Con seguridad, su entrada en vigor se verá acelerada por esta última catástrofe.
El tráfico innecesario en el caso del petróleo y derivados, el uso de rutas peligrosas –como las que pasan paralelas a los tres cabos atlánticos– y la laxitud de algunas legislaciones que permiten incluso que los armadores y fletadores de barcos accidentados cobren por la carga vertida por tenerla asegurada son responsables de la mayor parte de accidentes relacionados con el transporte de materiales peligrosos en el mar.
Regular y controlar la contaminación está en manos de los gobiernos. De ellos depende que no haya más desastres anunciados y que no sean estos los que después de haber causado un daño irreparable motiven el endurecimiento de la legislación

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